Imagina, querido lector, un país perfecto. Tendría leyes
perfectas, ciudadanos perfectos, políticas perfectas… Sin duda, todos
querríamos vivir ahí; no me explico por qué no nos hemos mudado todos a ese
país, pues no se puede dudar de su existencia. ¿No lo crees así? Criatura de poca
fe, te ofrezco la prueba de su existencia: para ser perfecto, dicho país tiene que existir, pues no hacerlo sería
una imperfección; de modo que si puedo concebir un país perfecto, debo
concebirlo como existente y, por ende, existe o no es perfecto.
Absurdo, ¿verdad? Ridículo, también., no me lo vas a negar.
Ahora cambia “país perfecto” por “ser perfecto”, alias dios: dios es el ser perfecto, dado que si no existiera sería
imperfecto, entonces debe existir. Eso es, en esencia, el argumento ontológico, expuesto por pensadores de la talla de Anselmo de Canterbury (Doctor de la Iglesia) y René Descartes.
Para mostrar lo inadecuado de este argumento, basta con
repetirlo con otras entidades imaginarias perfectas, como el país que propuse
en el primer párrafo, un coche o una isla, como la que propuso Gaunilo de Marmoutier (quien no pretendía negar la existencia de dios, sino sólo mostrar
lo absurdo del planteamiento de Anselmo) hace casi mil años.
La única manera en que el argumento ontológico puede escapar
al ridículo es recurrir a las trampas, como hace Alvin Plantinga, e inventarle
a dios la propiedad de no poder ser analizado como los demás seres… Pero, si la
existencia es la propiedad que comparten en común todos los seres que existen,
si dios existe tiene esa propiedad en común con los demás seres, por lo que
puede ser analizada de la misma manera en común. O no existe.
Claro, salvo que
su existencia no sea común y, entonces, primero se tendría que probar que
existe dicha existencia, para luego poder decir que dios existe de esa manera.
Por supuesto, sin recurrir a decir que la prueba de que dicha existencia existe
es que sólo entonces existiría dicha criatura perfecta que existe de manera
diferente, pues es otra isla de Gaunilo disfrazada y el ridículo seguiría ad infinitum.
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