-…Y entonces yo sacaba mi espada láser.
-Pero yo tenía un escudo láser.
-Pero mi espada láser era verde, y el verde atraviesa el
rojo de tu escudo.
-Pero yo era inmune a los rayos láser.
-Entonces yo…
En los juegos de los niños es frecuente encontrarse que, a
mitad del desarrollo fantástico, aparecen nuevos personajes, objetos,
propiedades. Eso está muy bien para fantasear, sin duda.
Pero si se trata de apegarnos a la realidad, por ejemplo
para demostrar si algo existe, no deberíamos hacer eso. Habríamos de ceñirnos a
lo que la realidad nos muestra. Ya decía Aristóteles que debemos asumir como
superior a la demostración que deriva de menos postulados o hipótesis (Segundos Analíticos, Libro I, sección25, inciso 2). O, como lo dijo John Punch con bastante más punch: “las entidades no deben multiplicarse de manera innecesaria”.
Sin embargo, es lamentablemente frecuente, sobre todo al
tratar de demostrar la existencia de dios, que este principio elemental sea
violado.
Por ejemplo, para la muerte (un hecho concreto que no tenía
explicación) se inventa una entidad que la rige: un dios. A esa entidad se le
asigna nombre (llamémosle, en un alarde de creatividad, Dios) y propiedades sobrenaturales: si hubieran podido explicar la
muerte de manera natural, no habría necesidad de dioses pues ya la tendrían
explicada. Así, la muerte es controlada por Dios que es omnipotente, eterno y
omnisciente. Y luego si es necesario probar su existencia, digamos que tiene la
propiedad de escapar al entendimiento humano. Y entonces a la pregunta de cómo
conocemos su existencia, digamos que tenemos un sexto sentido para percibirlo.
¿Y los ateos? Propongamos que ellos lo tienen atrofiado por pecaminosos…
Esperen, no se rían. Al menos no todavía. Es un argumento
que en verdad se ha usado, y de manera seria: el “sexto sentido” fue propuesto por
Jean Cauvin cosa de 500 años antes del presente, y le llamó sensus divinitatis (“sentido de la
divinidad”); hace algo más de una década el notorio camandulero Alvin Plantinga defendió
la idea calvinista aduciendo que este sentido deja de funcionar correctamente
debido al pecado.
A veces siento que en vez de la navaja de Ockham necesitamos
una guillotina para eliminar patrañas de este tamaño.
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